¿Te preguntas lector, mi edad? Es indefinida, incuantificable. La experiencia no tiene medida.
Mi edad son los libros que leí en mi cama, en el bus, en un bar bullicioso, en la sala de espera de un hospital, y en ese mismo hospital como paciente-impaciente.
Son mis canas, cada una con nombre y apellidos, mis lágrimas para bien y mal, guardadas en un tarrito de mi memoria.
Son mis viajes, por placer y a veces sin placer, por trabajo, por amor, por vivir, por experimentar, por una nueva vida, con retorno siempre. Mis noches insomnes, y mis sueños a plena luz del día, con los ojos bien abiertos, alerta para cazar al vuelo los que me aletean cerca.
Son los lloros infantes de mi hijo, su risa, sus trastadas y sus pequeños-grandes abrazos; y ahora, sus preocupaciones, que son mías. Es mi noria emocional, girando parsimoniosa de la tristeza a la alegría, del valor a la cobardía.
Tengo la edad que yo sé, no la que tú crees, mi querido lector. Tú también tienes la tuya, la que tú sabes, más allá de lo que diga tu fecha de nacimiento. Cuanto más vivas, más edad tendrás, pero nunca en números, sino en algo llamado experiencia.
Espero que tu vida sea tan longeva, que supere cualquier estadística.
Aprovecha cada minuto de tu vida, para seguir envejeciendo.